
A Jennifer no le gustaba mentir, pero aun así sentía la necesidad de hacerlo una vez más. No podía contar a tía Vivian que Raymond Carbury, el hombre que destrozó su vida, había muerto. Aún le amaba y, aquella llamada, le hizo sentir que moría. Necesitaba ir al hospital, necesitaba verlo. Ojalá sintiese odio e indiferencia, pensaba ella. Lo que no sabe ella es que Ray no iba solo en el coche, iba con una mujer que dice ser su esposa...
El modo de pensar de Yira difería, y mucho, del de su padre. Lord Leigh pensaba en el matrimonio como un negocio y, perteneciendo su familia a una de alta alcurnia, ya tenía en mente con quien debería casarse su hija. Sin embargo, ella pensaba todo lo contrario. En un matrimonio debería prevalecer el amor antes que nada.
Domí vivía como vivía, y no sabía si lo hacía bien o mal, pero lo que vivía lo hacía a cara descubierta. Los demás, con una doble moral, la juzgaban. Pero ella estaba de vuelta, a ella no la engañaban. El saber la verdad le marcó su manera de vivir la vida.
Soy poco para ti: “—¿Sabes lo que pienso a veces? Que si tu padre levantara la cabeza volvía a morirse de asombro —miró al frente con ilusión—. Aún recuerdo al muchacho aquel, de apenas veintitrés años, que se sentó ahí... ¿Lo recuerdas tú? Acababa de morir tu padre y por lo visto no te dejó ni un céntimo. A Arturo le molestaba que siempre recordase lo mismo. La muerte de su padre y aquella falta total de fortuna tergiversaron el rumbo de su vida. Cierto que por muy buen camino cambió todo, pero... él prefería ser un arquitecto como proyectaba y no un millonario como era.”
Cuando Adolfo volvió a la finca que su difunto tío había dejado en herencia a su hermano Bernardo, no podía imaginar que todavía fuera capaz de conmoverse ante ciertas situaciones. Bernardo seguía igual que siempre, más mezquino incluso que la última vez que lo había visto, envilecido sin duda por el dinero. Pero Adela, ella sí que había cambiado desde que se casó con su hermano. Aunque vivía rodeada de lujos, estaba claro que no era feliz. Se la veía más envejecida y triste, menos hermosa que cuando ellos dos fueron novios.
Clara es una alocada y dinámica joven que guarda todavía toda su inocencia infantil. Sus ganas de aventuras y experiencias la hacen fracasar en los estudios obligándola a mudarse a un colegio interno. ¿Seguirá siendo la misma cuando regrese? Inédito en ebook.
Un repaso a la historia de la Editorial Bruguera desde sus inicios en 1910 como "El Gato Negro" hasta la actualidad, en que Ediciones B sigue apostando por la edicion de novedades y fondo editorial, como una manera de mantener vivo un patrimonio cultural de nuestro pais. En 1910 Juan Bruguera crea la Editorial El Gato Negro, donde nacio la popular revista Pulgarcito en 1921. En 1939 cambia su nombre por el de Editorial Bruguera, que a partir de los anos 40 del pasado siglo ira creciendo en importancia hasta ser la Editorial mas importante del pais. En 1986 tras una larga historia, Bruguera cierra sus puertas. Es entonces cuando El Grupo Zeta adquiere el fondo de Bruguera adjudicando el mismo a Ediciones B. Es en esta editorial donde, hasta hoy, se siguen publicado novedades de historicos de la historieta como Francisco Ibanez o Jan. A la vez que se sigue reeditando el fondo de estos y otros grandes autores como Victor Mora, Escobar, Nene Estivill, Penarroya y una lista que seria casi interminable.
Con solo veintidós años, la joven Ute enviuda teniendo que hacerse cargo de su hijo de tres meses. El futuro se le presenta hostil y la pena que guarda es inmensa... ¿podrá superarlo y salir adelante? Inédito en ebook.
Todo marchaba muy bien en la vida de la señorita Cathy Mulhouse, una respetada mujer de negocios. Sin embargo, un accidente automovilístico por parte de uno de los trabadores de la firma de coches de la que ella era la dueña lo cambiaría todo.
Papá y su novia: “Tomaban el café en el salón. Lawrence Morris miraba a su hija a hurtadillas. Tenía algo que decirle, mas era obvio que no sabía cómo abordar el tema. Laura era una chiquilla deliciosa, ciertamente, pero lo que él tenía que comunicarle no era, ni mucho menos, un chiste. Hacía rato que aguardaba una oportunidad para iniciar el asunto. Laura se hallaba sentada ante la chimenea, y de vez en cuando, como abstraída, se inclinaba hacia el fuego y removía unos troncos con el hierro. —Laura —empezó. La joven levantó la cabeza.”
Parecía imposible: “—Cállate ya, Tula. —No quiero, Harry. Estoy muy disgustada con lo de la señorita Diana. A última hora la hacienda es tanto de uno como de otro, aunque el amo nos quiera demostrar a cada instante que aquí el único dueño es él. —Pues te advierto —dijo Harry con una mueca— que tiene intención, por lo que dijo, de que la señorita Diana venga a buscar la parte que le corresponde y se largue después. —No lo quiera Dios. Es muy joven para vivir sola por esos mundos. —Tiene diecisiete años. En estos tiempos a esa edad se es ya una mujer —adujo Joe. —¿Una mujer que estuvo siempre en el colegio? —Salió todos los años a disfrutar las vacaciones con sus amigas —dijo Harry de mala gana. —El amo nunca se preocupó de ella.”
Andrea es socia de una clínica infantil para niños. Niños de padres ricos y con problemas mentales en la mayoría de los casos. Algunos de los socios son corruptos, otros despistados y otros actúan por conveniencia. Llegan incluso a mentir sobre el estado psicológico de los niños para ganar dinero. Ella sólo está ahí para poder pagar las facturas. Un día se decide contratar a un nuevo médico-psicólogo, que viene referenciado por Agustín, uno de los socios. Dicen de él que es distraído y tímido, por lo que parece el empleado perfecto para poder seguir con sus fechorías dentro de la clínica. Andrea y Javi, el nuevo, empiezan a hablar. Ella se da cuenta de que tienen muchas cosas en común y que ninguno de los dos debería trabajar en la clínica; él empieza a perder su timidez, empieza a contar las horas que quedan para verla...Empieza a enamorarse de ella.
Primera parte de la serie "Cartas robadas" de Corín Tellado: "No me culpes a mí". Cuando Merle vivía en Concord, a los diecisiete años, tuvo un novio. Ambos se veían en una cabaña que tenía él en las afueras de la ciudad. Nunca hubo nada entre ellos pero Merle le escribió unas cartas en las que daba la sensación de que era una loca apasionada, cuando no lo era. Y en las cartas mencionaba esas vistas y se exaltaba, creía que el amor se sentía así... Ahora, esas cartas estaban en manos de ese chico y no existe forma de recuperarlas. Para huir de esta historia, Merle se muda a Boston con Irma, su mejor amiga... ¿Conseguirá huir? Continuación de la serie "Cartas robadas" en el libro: "No me culpes a mí".
Cheryl no quiere vivir una vida mediocre. Quiere viajar. Se muere por las fiestas y la vida espléndida. Por eso decide casarse con William Hal. Es ambiciosa. Su madre piensa que se vende al casarse por ambición. Girarán los tornos cuando Bárbara, la madre de Cheryl, conozca la hombría y fortaleza de Will...
No me engañes otra vez: "En la puerta del club, los dos hombres se despidieron. Eran las dos de la tarde. Míster Mac Dowall apretó la mano que el doctor Mills le alargaba, se la oprimió con fuerza, y con aquella su sonrisa de hombre satisfecho de la vida, repitió por tercera vez: —Recuerde, doctor Mills. Le esperamos hoy a comer. —Haré todo lo posible por asistir, míster Mac Dowall. Ya sabe usted que no siempre dependo de mí. El doctor Ashley está de día en día más acabado, y sus clientes aumentan cada vez más mi trabajo."
Griffero es uno de los importantes exponentes de la dramaturgia nacional y precursor de la renovación teatral. Al mezclar los géneros, logra múltiples niveles de interpretación y una nueva manera de mirar. Cinema-Utoppia debutó en 1985 y a poco andar se transformó en un fenómeno para el teatro latinoamericano. La vigencia de la obra es indiscutible, según su autor: "El montaje regresa para reafirmar el sentido del arte, la resistencia frente a una cultura de mercado y la necesidad de los sentidos de vida y espiritualidad".
Estás casada conmigo: “Kim... ¿Te llamas así? Casi no lo recuerdo. ¿Me recuerdas tú a mí? Me llamo Rod Dennek. Nos conocimos en Las Vegas... ¿Lo recuerdas ahora? Me voy a Boston uno de estos días. No sé a ciencia cierta dónde vives, aunque en un papel que tengo en mi poder reseña la dirección de tus padres. No obstante, yo no te buscaré allí. No quiero comprometerte... Te cito el domingo, a las cinco en punto, delante de una cafetería junto a tu casa. Por si no te recuerdas de mí, te cito a-encontrarme luciendo un clavel rojo en el ojal de mi americana gris. Soy moreno y tengo los ojos claros. Mido uno ochenta y tengo la satisfacción de ser tu marido. Estás casada conmigo. Hasta el domingo, pues. Rod Dennek.”
Diablillo: “—¡Hum! ¿Sabes quién es esa señorita? —No, pero aun así... Y esperó impaciente que Miguel le hablara de aquella mujer bonita y orgullosa que se atrevía a censurar las obras del gran Lora. —Pues nada menos que la hija del financiero Gaiza. María Yolanda tiene más dinero que años su papá. A propósito —añadió, tras una transición—, este señor le rogó ayer a mi padre —es su abogado— que la buscara un secretario, es decir, un hombre de confianza para desempeñar el cargo de secretario particular. ¿Sabes tú de algún muchacho que valga para ello? —¿Crees que yo...? —Pero, Luis, ¿tú?”
Lady Margaret Linder, mujer aristócrata, se ha encargado de la crianza de la pequeña Emily, una joven de clase baja. La intrusión de la niña en la alta burguesía es compleja y la aparición de una polémica herencia hará que los problemas de la joven con los sobrinos de Margaret sean casi irremediables. ¿Se solucionarán las cosas en el palacio de los Linder?
Teatro latinoamericano.
Prometida a la fuerza: “Don Bernardo se puso en pie. Temblaba sacudido por la indignación. —El día menos pensado, David, te encierro. ¿Te enteras? Eres la risión de la costa veraniega. Andas vestido como un mendigo, llamas la atención con tus juergas, te emborrachas con los pescadores, hablas una jerga que yo no comprendo, y esto se acabó. Eres el menor de mis hijos, el único que queda soltero. Hay que casarse, formar un hogar, tener hijos y trabajar. —Mira, papá... —No he terminado. —Bien, pues, sigue. —Y como ya has cumplido los veinticinco años, he decidido que sientes la cabeza. David movió aquélla y comentó jocoso: —La tengo muy firme sobre el tronco.”
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